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lunes, diciembre 11, 2006

 

Y a porpósito de lo de ayer

No me alegra la muerte de nadie. No debería al menos y en esta ocasión efectivamente no me alegra.
Me indigna que hayamos llegado a celebrar una muerte.
Desprecio profundamente a Pinochet, tanto como a Allende, Chávez, Fidel, Hitler, Bush y Franco, solo por nombrar algunos.
Vale decir todo ese grupo de personas, de caudillos, de pseudo lideres, que llevan su ambición personal, su ceguera, su egoísmo, a niveles absurdos. Que provocan pasiones que dividen. Que justifican todo a través de una ideología de dudosa conveniencia para la gente, pero sí de mucha conveniencia para ellos.
Cualquier persona que considere que para poder llevar a cabo un proyecto en la sociedad es necesario matar a sus disidentes, es entonces una persona miserable, que no merece ni un espacio en mi cabeza y que simplemente se cae por sus propias inconsistencias.
Con la muerte de Pinochet reaparecen los extremos, aquellos que inhumanamente salen a celebrar, aquellos que obsesivamente salen a venerarlo y principalmente aquellos, la gran mayoría, que estamos al medio y que tenemos una postura pero somos menos agresivos para expresarla. Me violenta ver que una muerte nos devuelva a un estado tan primitivo.
La historia lo juzgará, a él de manera pública, y a nosotros en privado. Y ahí veremos si hemos sido consecuentes. Porque al alegrarse por la muerte de alguien somos tan inhumanos y desgraciados como él lo fue. Caemos a su mismo nivel. Consideramos que solo la muerte del adversario es una victoria.
Jamás espero me alegre la muerte de una persona.
Quiero felicidad, respeto, libertad, lealtad, consecuencia y todo aquello que construya.
Eso quiero, nada más ni nada menos.

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